Da igual qué cargo ocupas en una organización porque la montaña nos iguala a todos.
Llegar a la cima de grandes montañas es al tiempo fruto de una pasión y una metodología de trabajo muy concreta: persigues una meta bien visible que puedes descomponer en fases, tiempos y esfuerzos. La Productividad Escalar que se obtiene al ensamblar los distintos “trozos” de montaña que vas conquistando te lleva a la cima. Esa parece la regla.
Es normal revisar su planificación cientos de veces en tu cabeza antes de poner un pie en ella. Es aún más habitual rodearte de gente con ciertos talentos porque sabes que solo no puedes afrontarla, sería desproporcionado. Miles de personas se lanzan cada año hacia la conquistas de sus propias cimas o metas. No todos llegan y los que lo hacen repiten una serie de patrones. El primero de ellos es que saben que las grandes metas no se consiguen solo con la cabeza. La energía humana necesaria para ciertos desafíos se desata desde el corazón y después se controla y potencia con la razón y la lógica. El alpinismo, la búsqueda de los grandes retos en equipo lleva un tiempo siendo una clara escuela y laboratorio humano donde se comprueba una y otra vez cómo el factor humano y todas sus ramificaciones organizativas no pueden tener éxito sin corazón. Esta es quizá una de las características de las organizaciones que laten con fuerza, de aquellas que parecen estar siempre presentes, por delante.
La metodología de la Productividad Escalar incorpora ese elemento desde el principio. Aprender, practicar, estudiar, planificar, estimular el cerebro, compartir experiencias, observar a otros, absorber información, imaginarlo en tu mente, actualizar tus materiales y estar en forma (interna y externa) es parte del entrenamiento de casi cualquier alpinista que persiga grandes cimas. También lo es por tanto de aquellos profesionales que de verdad quieran grandes logros y estén dispuestos a subir sus propias cumbres personales.
El mundo de la montaña comparte fielmente el ADN de la mecánica del mundo empresarial: tiempo, recursos, objetivos, personas, planes, competencia, liderazgo, equipo, inversión, fracasos y por supuesto en clave de éxito. Algunos de los KPI´s del alpinismo serían la altitud, la hora, el viento, la distancia, la temperatura, las calorías, la oxigenación en sangre y unas cuantas medidas más que te orientan sobre tus progresos, condiciones y posibilidades para llegar a la cima. Sin embargo, todo este caudal de información diaria, no siempre es lo que nos mueve en los intentos de llegar arriba. Para que todo esto tenga sentido y esté alineado con la meta primero uno ha de haber entrenado una serie de competencias imprescindibles a partir de una determinada altitud donde la montaña deja de ser un reto deportivo y se convierte en un desafío mental. Cuanto más arriba más sutil es se vuelve la partida.
En nuestra experiencia trabajando con distintas tipologías de equipos observamos algunas características comunes en los equipos exitosos:,
1.- Aprender a estar con uno mismo. En altitud y sobre todo con malas condiciones climáticas, los progresos suelen conllevar muchas horas de soledad. Son horas en las que el tipo de diálogo que se mantiene con uno mismo es crucial para tomar las siguientes decisiones. Hay ciertos estados de ánimo de los que es difícil arrancar el siguiente paso. Conviene saber cuáles y estar acostumbrado a que aparezcan (y siempre aparecen).
2.- Saber rodearse de gente optimista, pero no demasiado ilusionada. Cuando las condiciones que rodean tu cima se vuelven turbulentas y amenazan con bajarte del intento es mejor estar rodeado de gente con optimismo que de gente con recursos. La gente optimista no pierde de vista la gran meta y busca excusas razonables para impulsar sus pasos y seguir adelante.
3.- Abrirse a aprender de los demás conscientemente. Es imprescindible aprender de otros, compartir expectativas, declarar dudas, manifestar desacuerdos. Aprender, entrenar nuevas habilidades, aprovechar la experiencia de otros, dejarte guiar cuando encuentras un límite son ingredientes esenciales de una química muy especial que requieren las personas que comparten grandes metas y objetivos.
4.- La perseverancia es como el piolet. No te asegura la cima si no que te reafirma que das pasos hacia ella. En la montaña el único referente es uno mismo. Compararse con los éxitos o fracasos de otros no suele ser buen compañero de expedición. Toma la decisión y se fiel hasta que agote sus posibilidades.
5.- Gestiona tus contrarios. Sí, todos los tenemos. Un contrario es esa versión de mí que piensa más en los contras que en los pros. Es toda faceta detectada en la que nos sabemos débiles pero en lugar de trabajarla buscamos camuflarla. La montaña no entiende de estas estrategias, nos iguala a todos, da igual lo que creas que eres porque lo que cuenta es lo que haces cada día. De hecho, la cima es fruto de lo que haces, no de lo que sabes y piensas. Poner en blanco y negro los miedos no declarados genera compromiso y confianza. Si estás rodeado de un buen equipo será el pegamento emocional.
Todos tenemos grandes montañas por delante, y no me refiero a la literalidad de la palabra. Me refiero a esas metas más o menos lejanas, más o menos razonables, pero que sabemos que nos van a llevar tiempo e inteligencia colectiva.
Muchas cosas han cambiado y aun seguirán cambiado en nuestra atmósfera empresarial. Hay reglas que ya no existen, nuevos protagonistas, objetivos poco previsibles, organizaciones que nacen, otras que morirán. Quizá la única clave, como decía Peter Senge en La Quinta Disciplina, sea nuestra velocidad para aprender en manada y adaptarnos pronto a los cambios bruscos en el entorno.
Como solemos decir los que nos dedicamos al alpinismo, quizá estemos ante una buena ventana de tiempo en la que apurar el paso para aprovechar la luz del sol. Sea como sea,,, estamos de expedición, equipémonos!