Como bien explica nuestro compañero Emilio en nuestros outdoors con descensos de rio,
…»si al final te vas a tener que mojar, mójate con inteligencia»
Todo aquello que conseguimos en la vida, es fruto de lo que hacemos, no de lo que sabemos o lo que pensamos. Esto no es nuevo. Hay personas que saben un mundo pero manejan tan solo una comarca de experiencias. Hay que personas que manejan los conocimientos justos pero juegan torneos de experiencias. El conocimiento a menudo ilumina a la emoción, pero solo la experiencia transforma las emociones.
La diferencia entre quienes consiguen hacer cosas diferentes y quienes siempre consiguen más de lo mismo es que las primeras saben elegir entre hacer lo cómodo y hacer lo necesario. Optan por lo necesario, aunque a veces tenga sabor amargo.
Hacer lo cómodo es hacer lo que creemos que menos desafíos nos traerá a corto plazo. Hacer lo menos incómodo de todo lo que hay que hacer. Lo “cómodo”, es lo que nos es natural en cierta manera, no sufrimos haciéndolo, no nos lo tenemos que “currar”. Aunque a veces lo cómodo también es sufrir. Salir de ese sufrimiento conlleva un trabajo personal que no nos apetece hacer. Por eso sigue con nosotros.
Es como que “nos llama”. Parece que así evitamos problemas o sufrimientos pero lo cierto es que aquí no se puede aprender ni se puede cambiar. No se avanza por el rio. Y si se consigue lleva mucho mucho tiempo. Cosecharemos casi siempre lo mismo porque eso es lo que siempre sembramos. Muchos queremos que cambien cosas en nuestra vida, que vayan a mejor, pero no rara vez nos planteamos que a lo mejor es uno/a el que tendría que cambiar y decidirse.
Hacer lo necesario a veces viene vestido de incómodo, a contrapié: aquí caben desde conversaciones que deberíamos haber cerrado hace tiempo hasta llamadas que nos resistimos a hacer. Es todo eso que cuando te paras, sabes que es verdad. El problema es que casi nos paramos poco y las veces que lo hacemos suele ser de baja calidad. Volvemos a arrancar y seguimos haciendo lo mismo de antes de parar.
Cambiar (mojarse) casi siempre es amargo, pero si es uno mismo el que elige el momento es menos amargo y si al final lo vas a tener que hacer, conviene hacerlo con inteligencia. La otra opción es perder el tiempo.
Cuando no te queda otra que cambiar (la circunstancia te lleva por delante) la mella que deja tiene un poso emocional más profundo, más pegajoso. Cuando es uno el que decide “mojarse”, aunque sea lo que menos me apetezca, cuentas con una energía y motivación que cambia todo el sabor de la experiencia. No te quita el frío, pero haber podido elegir es como si el traje de neopreno que te aísla del frio del agua aumentara unos cuantos milímetros y el frio pasara a frescor gracioso.
En el rio Cabriel hay un tramo delicado por el que pasa un rápido con bastante fuerza como para llevarte rio abajo durante unos cuantos metros y experimentar unos segundos de “no control”. No hay riesgo de nada, pero te llevas un buen revolcón (hay que cruzarlo sin barca, a brazadas).
Cada año se repite: los miembros del equipo que anticiparon el inevitable momento de mojarse en agua fría y decidieron saltar por voluntad propia al agua (incluso nada más salir de la orilla) son los que menos dudan cuando tienen que tirarse en este tramo delicado. Ya se han “acostumbrado” a esa sensación de fresquito soportable cuando el neopreno está mojado. Se han acostumbrado al rio en primera persona.
Los que menos dudan a la hora de la hora de tirarse al rápido son los que se lanzaron por voluntad propia desde el principio del descenso, un par de horas antes. Entrenaron de una manera amable pero algo incómoda algo que luego les dio ventaja. Se ahorraron congoja y tiempo. No lo hacemos, pero si puntuáramos los tiempos de respuesta en este tipo de outdoors sin duda estos primeros sacarían buena ventaja a lo largo de toda la mañana y todas las pruebas.
En cambio quienes aún están secos, dudan cinco veces más. A la sensación de gran respeto por zambullirse en el rápido se les suma el que intuyen que el agua está helada, pero desconocen a qué “sabe”. Les falta la experiencia. Algunos pasan por malos momentos de creer que no van a ser capaces. Incluso algunos se han bloqueado y dado la vuelta. A todos se les pone rostro tenso.
Al final lo hacen un 99% de personas. Sus caras salen triunfantes desde debajo del agua del rápido y notas una gran satisfacción en su mirada. Es la misma cara que tienen los que ya se habían tirado casi sin pensárselo, solo que estos sufrieron menos, perdieron menos tiempo y quizá fueron más eficaces. Algunos hasta lo disfrutan. Habían optado desde el principio por hacer lo necesario en lugar de hacer lo cómodo: quedarse a resguardo para estar sequito al sol (y no siempre hace sol).
Por eso,,, si hay que mojarse, a mojarse con inteligencia. Ahí está buena parte de lo que conseguimos en la vida.