No parece disparatado pensar que en menos de lo que pensamos nuestros hijos o sobrinos empezarán a estudiar asuntos como la Ingeniería Emocional o a trabajar en laboratorios sobre cálculo infinitesimal aplicado a la felicidad. Mucho y variado es lo que está cambiando, ¿quién sabe?. Lo que sí sabemos, a ciencia cierta, es lo que ya no tiene futuro lo mires por donde lo mires.

Los indicadores que hemos aceptado por buenos para medir nuestro nivel de progreso y evolución  empiezan a quedarse pequeños para explicar ciertas situaciones. Hablar de sociedades modernas y de paises avanzados  empieza a ser un tema que supera y en mucho al coeficiente de coches vendidos, a los metros edificados, al consumo de minutos en telefonía o al importe de nuestro carrito de la compra. El sentido último del progreso no puede quedarse en medir cuánto producimos, cuánto nos podemos endeudar y cuánto conviene cosumir para aumentar en unas décimas eso que venimos en llamar el PIB. La meta es otra. Apunta más bien a reconducir lo que hemos conseguido hasta ahora hacia un nuevo rumbo más apacible: aumentar nuestro bienestar en el sentido más holístico posible y no solo desde su componente material.

Tenemos el mayor nivel de acceso a los recursos, a los conocimientos y a una capacidad de producción de la historia. Pero al mismo tiempo encontramos grandes niveles de insatisfacción, grandes dosis de crispación social, grandes desencantos y decepciones en todos los ámbitos. Muchos de los que lo tenemos todo seguimos sin poder decir  que nos consideramos profundamente felices. La salud de nuestra civilización empieza a dar síntomas de que conseguir más no significa vivir mejor y de que hay que empezar a considerar otras variable que midan nuestro bienestar en términos má completos. Como bien apunta el premio Nobel en Economía Joseph Stiglizt medir nuestra actividad productiva solamente en variables de PIB no sólo no es un buen indicador sino que en muchos casos es fruto de la incomodidad y la insatisfacción: como el gasto en fármacos para paliar dolencias provocadas por nuestros estilos de vida o el como el gasto en combustible de los terribles atascos que padecen miles de ciudadanos día a día. Muchas y muy variadas voces llevan tiempo abogando por incluir nuevas palancas que midan el equilibrio entre crecimiento y bienestar, atendiendo no sólo a cuánto producimos sino a cuánto bienestar y satisfacción encontramos en hacerlo.

Quizá estemos ante uno de esos momentos donde podamos redefinir y dotar de nueva significación el concepto de riqueza, el sentido de lo que es la prosperidad. Vayamos por partes.

Hemos cometido un cierto tipo de error histórico al identificar el concepto de riqueza y properidad con una de las posibles siginificaciones que tienen ambos conceptos, si bien no la única: la del componente material. La buena noticia, ya sabida, es que existen otro tipo de riquezas perfectamente reconocibles, alcanzables y menos dañinas para la especie: aquellos que las poseen no pasan desapercibidos a nuestro alrededor.

Podemos empezar por hablar de la llamada Riqueza Social (RS): aquella que te produce satisfacción por el mero hecho de que mucha gente te quiere y acepta porque eres como eres, sin más.

Por otro lado tenemos la Riqueza Emocional (RE): aquella que nos  permite surfear con aquello que nos acontece, sea del sabor que sea.

Tenemos tambien la propia Riqueza Personal (RP), que tiene que ver con el hecho de estar y sentirse bien con uno mismo, sabiéndote único e irrepetible.

No podemos olvidar la Riqueza Cultural (RC) que nos permite sentirnos satisfechos por el hecho de conocer más cosas sobre la vida, sobre cómo funcionan las cosas, sobre quiénes somos y a dónde podemos ir.

Al mismo nivel se encuentra la Riqueza Material (RM) , aquella que nos produce satisfacción por el hecho de poseer cosas, de conseguir bienes.

¿Se puede pensar en nuevos ingredientes que equilibren la balanza del crecimiento y el bienestar?. Las últimas cifras del Informe Sobre el Desarrollo Humano (IDH) de Naciones Unidas nos anuncia que estamos ante un océano azul.

No es casualidad que paises como Francia, Reino Unido o Luxemburgo hayan puesto su mirada en el excepcional caso de Bután y su determinación por medir la felicidad de sus ciudadanos en los mismos términos que miden su crecimiento económico. Si bien el modelo de este pequeño pais del Himalayano es 100% exportable a occidente, si lo son algunos de sus planteamientos, los cuales no han pasado desapercibidos para Sarcozy & Co.

Seguimos de enohrabuena porque el nuevo orden  mundial que están estableciendo las corporatocratias (el mundo lo gobiernan las multinacionales) da muestras de empezar a ser sensible a estos temas aunque sólo sea por la propia cuenta que les trae de no generar sociedades anímicamente tocadas (estrés, depresión, ansiedad,,,,).

Estamos lejos, sí señor, pero sin caer en ñoñerias, hay que reconocer que aun no siendo portada de periódicos ni de telediarios, se están haciendo muchas y muy buenas cosas.  A lo largo y ancho del mundo existen ya un buen número de organizaciones que en silencio, y sin intenciones de medalla, llevan tiempo dirigiendo sus rumbos bajo otras coordenadas,, bajo otra “conciencia organizacional”.

Os dejamos un pequeño estracto de video de uno los grandes representantes de este nuevo paradigma organizacional. Fred Kofman, autor entre otros de Metamanagement y La empresa consciente. Antiguo profesor de contabilidad en el MIT así como fundador de Axialent, Kofman ha sido capaz de entablar un nuevo tipo de diálogo organizacional uniendo corrientes e inspiraciones tan ricas como las de Ken Wilber , Peter Senge  Francisco Varela. Los resultados de una nueva forma de entender los negocios, la organizaciones y el sentido último del trabajo en sí mismo ya son una nueva alternativa para muchas organizaciones y entidades.

Vamonos al FIB!!